En este momento estás viendo La mayordomía del cuerpo

La mayordomía del cuerpo

Respondió el Señor: -¿Dónde se halla un mayordomo fiel y prudente a quién su señor deja encargado de los siervos para repartirles la comida a su debido tiempo? Dichoso el siervo cuyo señor, al regresar, lo encuentra cumpliendo con su deber. Les aseguro que lo pondrá a cargo de todos sus bienes. Pero ¡qué tal si ese siervo se pone a pensar: “Mi señor tarda en volver”, y luego comienza a golpear a sus criados y a las criadas, y a comer, beber y emborracharse! El señor de ese siervo volverá el día en que el siervo menos lo espere y a la hora menos pensada. Entonces lo castigará severamente y le impondrá la condena que reciben los incrédulos (Lucas 12:42-46/NVI).

La mayordomía se define como el reconocimiento de la soberanía de Dios y su derecho como propietario. Debemos entender que somos creación de Dios, por lo tanto, es nuestro deber administrar responsablemente el templo del Espíritu Santo, es decir cuidar tanto física como espiritualmente nuestro cuerpo. Es importante resaltar que un mayordomo es aquella persona encargada de proteger aquello que se le ha confiado, que no es de su propiedad.

Cuando hablamos de mayordomía en nuestros servicios dominicales, solemos referirnos a que este cuerpo físico se nos ha encargado aquí en la tierra como un préstamo y qué debemos rendir cuentas de lo que hemos hecho con él. La mayoría de prédicas que se desarrollan en torno a este tema, concluyen en nuestro deber de cuidar el templo del Espíritu Santo, tanto de la inmoralidad sexual, el chisme, el orgullo, la amargura, el rencor, y algunos otros; no obstante, muy poco se predica o no se profundiza sobre el cuerpo, que como un organismo de cuidado tiene que recibir los nutrientes necesarios.

En la palabra de Dios podemos encontrar un mensaje muy claro. El libro de Lucas 12:42-46 dice que el Señor nos ha dejado el cargo de mayordomos, Él desea que seamos fieles y prudentes, que no nos confiemos en que Él tardará en volver, que no comamos, bebamos y nos emborrachemos, esto no se refiere solamente a los excesos en consumos de alcohol o sustancias dañinas para el cuerpo, sino en cada uno de los deleites que podemos caer frecuentemente en cuestión de alimentos.

Las enfermedades no transmisibles, como los problemas de tipo cardiovascular, respiratorios y la diabetes, han ido incrementándose con el paso del tiempo; uno de los factores sobresalientes en este tipo de padecimientos, es la falta de buenos hábitos alimenticios e inactividad física, que dan como resultado el sobrepeso y la obesidad. Es importante indagar si los miembros, líderes y pastores de nuestras iglesias están exentos de este fenómeno que acontece a nivel mundial. Por lo tanto, es necesario tomar cartas en el asunto y cuidar nuestro cuerpo, que como templo del Espíritu Santo se nos ha entregado para administrar.

Ante lo ya manifestado surge la siguiente interrogante, ¿Realmente nos estamos cuidando, o dejamos que la glotonería, los ayunos inadecuados y los excesos nos dominen?

La glotonería ha sido definida como la acción de comer desmedidamente, por su parte los ayunos inadecuados, son las famosas “dietas” que se realizan sin tener supervisión profesional y que motivan a perder peso rápidamente dando como resultado deficiencias nutricionales.

Que gran responsabilidad se nos ha dado al ser templo de Dios, esto no es para preocuparnos sino para ocuparnos en nuestra salud; Dios nos permite honrarlo con nuestro cuerpo. Por lo tanto, valoremos nuestra vida, llevando una dieta balanceada, que contenga carbohidratos (cereales, frutas, vegetales y azúcar), proteínas (huevo, carnes y lácteos) y grasas (aceites y semillas), en porciones que sean acorde a nuestras necesidades, realizando una actividad física que se acomode a nuestro tiempo y espacio.

Asimismo, es trascendental que cultivemos el fruto del Espíritu Santo día a día, lo cual lograremos entregando nuestros cuerpos a Dios, para que estemos sanos emocionalmente y no solo físicamente, e influyamos positivamente en la vida de los demás, porque al momento de presentarnos ante Dios rendiremos cuentas de ello.

Debemos vivir cada día considerando que Jesús ha dado todo por nosotros, cómo no valorar lo que con tanto amor, limpió, sanó y restauró. Al cuidar de nuestra vida cumplimos los propósitos que Dios nos ha dado de forma más efectiva. Un mayordomo prudente se domina, ya que no solo controlará su carácter, sino además todo aquello que come y bebe en el horario prudente destinado para cada comida.

Comprometernos a cuidar nuestro cuerpo puede llevar algún tiempo, pero todo esfuerzo valdrá la pena, velando siempre en no caer en la vanagloria y ser excesivamente cuidadosos, porque cualquiera de los dos extremos es peligroso, por lo tanto, es importante tener un equilibrio. Con ayuda de Dios encontraremos un balance en nuestra vida, en donde no exista ansiedad por el “cuerpo perfecto” establecido por el mundo, sino más bien seamos como el mayordomo fiel y prudente, en el cuidado del templo de Dios.

No quebrantemos este compromiso, evitemos a toda costa dejar nuestra salud y la de nuestra familia para después; no esperemos a que la enfermedad y ciertas complicaciones en la salud nos hagan entender cuáles tenían que ser nuestras responsabilidades y prioridades.

Licda. Alejandra Rodas Marín.

Nutricionista, Guatemala

[email protected]

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.